Perseverar en la esperanza, Marina Garcés
Sin saber nombrarla ni ponerle rostro, encontraba una densidad impenetrable en cualquier esperanza que cruzaba mi mente sobre avances o proyectos que podrían abrir caminos de mejora para la humanidad.
Marina Garcés ha sabido poner palabras a lo que considero que es compartido: un desasosiego invisible que infecta lo más profundo de nuestras tentativas aspiracionales como sociedad.
Después de leer sus reflexiones en "Nueva ilustración radical" fui con mi familia a nuestra ciudad de origen, donde aún viven mis queridos abuelos. Nos detuvimos un momento delante del hospital que es el principal punto de referencia para atender una merindad de unos 66.000 habitantes. La arquitectura característica de sus farolas me trasladó a las resonancias de una amalgama de edificios públicos de arquitectura similar. Este hospital entró en funcionamiento en 1977 y presupongo que con toda probabilidad, una horquilla de años no muy distantes acogen la construcción de los edificios que en mi memoria resultan similares.
Pensé en mi presente, en la invisible percepción intersubjetiva del presente de mi generación y en la inverisimilitud que se me antoja un sueño como el que se gestó en aquella época, el proyecto de una atención sanitaria de amplia cobertura que garantice nuestras vidas como lugares de certeza y tranquilidad.
Después de crisis y burbujas, de la precariedad del trabajo joven, viviendas inaccesibles y pronósticos climáticos devastadores contra los que nos sentimos impotentes en nuestro insignificante campo de acción, estamos entrenados para la desesperanza. De hecho, la hemos ejercitado tanto, que es muy posible que buena parte de mi generación ya la conciba como la única opción realista. En palabras de Marina Garcés "nuestro presente es el tiempo que resta" "...el presente de la condición póstuma se nos da hoy bajo el signo de la catástrofe de la tierra y de la esterilidad de la vida en común".
Una llamada a la salvación, una voz luminosa en una cavidad plagada de lugares inciertos, un acto de fe que debemos digerir contra toda advertencia de fracaso. Abrazarnos y perseverar en la esperanza no porque estemos convencidas de que vayamos a salir vencedoras. Perseverar en la esperanza como método para precipitar que suceda lo que creeríamos un milagro, como modus operandi para hacernos mejores y derrotar la futilidad que nos engulle. “Salvar la vida aunque esta no tenga ningún otro horizonte de sentido que afirmarse a sí misma”. Volver a la ilustración, combatir la credulidad de la derrota, como enfoque para “hilvanar de nuevo un tiempo de lo vivible”.
Advierte Garcés de que esta convicción no puede ser monopolizada por ninguna clase social ni institución concreta. Después de leer esto último, pensé que para lograrlo, quizás tendríamos que recordar que la mayoría de los hinchas políticos se crean en el imaginario colectivo por los partidos y que el sectarismo y las ideologías concebidas como bloques indivisibles están reñidos con la tremenda vocación para la contradicción que anida en los corazones de las personas, que, en mi humilde opinión, siempre tienen más lazos de mutua comprensión que pueden conectar de lo que se esfuerzan en hacernos creer. Lejos de la polarización, de los ultras políticos, de los colores y símbolos que aglutinan y condensan conjuntos de ideas monolíticas y de la caracterización estereotipada de las inquietudes y aspiraciones de unos y otros, podríamos empezar por un diálogo que nos recuerde el sueño común de la perfectibilidad colectiva.
Garcés hace referencia a la tendencia a la neutralización de la crítica mediante la presentación de opiniones diametralmente opuestas en un mismo trabajo periodístico, artículo o vídeo mediático. En numerosas ocasiones se presentan condenadas a existir en paralelo, sin posibilidad de conciliación. Un diálogo que estire el cableado de la sintonía y la intersección sería un buen comienzo.
Un último apunte: en esta llamada a la ilustración, tenemos un reto diferente al que enfrentaron siglos atrás, en el que la Enciclopedia de Diderot iniciaría un camino que allanaría la senda del acceso al conocimiento. Hoy, la inhabilitante imposibilidad de abarcar todo el conocimiento que tenemos a nuestra disposición nos hace vivir una suerte de nuevo analfabetismo por la dificultad de elegir y procesar este contenido y que esta sabiduría pueda instruirnos y constituir nuestra guía de actuación. Sin el ejercicio de la crítica y la búsqueda del sentido, el acceso a la información, obstaculizado también por la saturación de la atención, se vuelve inútil.
Espero que si lo leéis, también os deje, como a mí, un poso de incredulidad en la derrota en vuestras manos.
Nos vemos pronto,
Paula
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